sábado, 9 de agosto de 2008

Efimeritud absoluta.

Ni las banderas vaticanas ondeando a oscuras, ni los semáforos en verde/rojo, ni los árboles viejísimos (gomeros) volcados sobre la avenida, ni la música en la radio, ni los edificios como palacios, nada de eso tiene la menor importancia.
Ni la noche en sí misma, ni todas las estrellas que puedan verse, ni los veinteañeros que dominan el mundo desde una vereda, ni las canciones que canto, ni las ecuaciones más complejas, nada de eso tiene la menor importancia.
Ni yo mismo, que camino con el fuego a mi lado.
Todo va a desaparecer, todo es efímero, de ahí su belleza.

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